"Siempre a tu lado"
La luna reflejaba lo que sus ojos observaban, la descontrolada soledad que el mundo le brindaba, era el escenario de una triste vida que desde siglos atrás había sentenciado a su raza, a la agonía, al suplicio; pero que, sin embargo, eran a la vez el motor que le propulsaba a seguir vivo y rugir a cada instante por sus seres amados.
Sus pupilas no se marchitaban con el vaivén de los días, aquellos amaneceres grises, que aunque hayan perdido color, seguían igual de intensos. Su olfato era tan eminente que con él adivinaba quién se aproximaba; y con ello, su cuerpo intranquilo se abotinaba al encuentro de sus dueños.
"Recuerdo sus caricias", él murmuraba; en aquel silencio que lo azotaba constantemente. Era el desamparo de su hogar lo que lo empujaba a tan sólo añorar los antiguos momentos, tan felices y únicos, que sin perder su matiz aún en la actualidad eran bellos. Los atardeceres bajo la tenue luz de la azotea eran los mismos, pero algo cambiaba, un olor ya no se aproximaba...
Sus latidos se alteraron, un paro cardiaco se le avecinaba; él tan ingenuo e incauto no sabía que le pasaba; no obstante, si algo presentía era que esa noche no sería la misma. El teléfono sonaba y nadie lo atendía, las cartas se aglomeraban en la puerta y nadie las recibía. ¿Dónde están?, ¿porqué no vuelven?¿qué pasa?, miles de interrogantes se fueron acumulando en su pequeño razonar, cuándo de pronto la nostalgia invadió su ser y su cola se dejó de mover.
Él no sabía que aquejaba su alma, él no entendía por que su vida se entristeció, extrañaba tanto a sus dueños, que su pelaje se tornó opaco y sus ladridos se fueron silenciando. Cada día se aproximaba a la puerta y esperaba armoniosamente"la llegada", más ésta nunca se dio. Cuando de pronto, alguién entró a su hogar, no distinguía su aroma, sus sentidos se alborotaron y salió eufórico a ver quién era.
Elena apareció; era la hija menor de Manuel José, su dueño. Y aunque era muy lejana a la familia, se encontraba ahora delante de él. Ella lo abrazó y arregló cálidamente, lo bañó, perfumó y le puso correa. Salieron al parque a caminar, ella trotaba, era su rutina diaria hacer ejercicio, así que él fiel a su estilo, la acompañaba.
A pesar de ello, su alma seguía desvaneciéndose...
Un mes más, y Lucas ya no corría, ya no se inmutaba y; por ende, ya no ladraba. Elena venía sólo para alimentarlo y él lo sabía. La presencia de ella era tan fugaz como lo fueron sus momentos felices al lado de sus amos; siendo ese, el determinante que le pondría final a sus días.
Pasarón cuatro meses más y Elena había dejado de venir, contrató a una quinceañera para que se ocupe de Lucas. Esta niña, venía a las quinientas y le daba de comer miserias; así que, de lo flaco que andaba, se convirtió en huesos y pellejo. Suscitando en él una melancolía acompañada de dejadez mundana que dieron inicio a exclamar sus últimos ladridos.
Siempre fue fiel, erguido y muy afectuoso; por lo cual, había llegado ya el momento de despedirse de esta vida, más la esperaba aún le perseguía. ¿Dónde y cuándo?, esas eran sus únicas motivaciones, el tiempo y el lugar.Cuándo llegaría el día en que ellos tengan que regresar, él no sabía, pero percibía que el momento ya iba a llegar.
"Lucas, ¡ven!. ¡Acércate chiquito!" Escuchó entre sus sueños, se levantó y no vió a nadie, y dudaba que estuviera alucinando, así que empezó a buscarlos, por los dormitorios, la cocina y de la sala pasó a una habitación blanca, los muebles habían desaparecido, no había pared que manchar, ni piso que ensuciar. Lucas se asustó.
" Pequeño, ¿dónde andas?, te estamos esperando, apresúrate bebe". volvió a oir. Eran ellos ya no le quedaba duda, así que empezó a ladrar, era su única forma de darse a notar. Ladrido tras ladrido le quitaban la vida, su latidos se hacían más lentos, y simultáneamente su aliento más fuerte.Ahí estaban, ya los podía distinguir, ¡qué emoción la de Lucas!, corría lo más rápido que podía, pero su paso se hacía más pausado a la par.
Se iban, lo dejaban. Él no lo podía permitir, toda un vida esperando que regresen, así que hizo uso de su último ladrido, pestañeó, levantó la mirada y ahí estaba al lado de ellos.Qué feliz se encontraba Lucas.
Lucas murió a sus diez años de vida.
La naturaleza de todo animal, es la de amar. Bendito el cuadrúpedo que adoptamos como hijo y acoplamos a la familia, los perros no son sólo nuestros aliados, son nuestros hermanos. Recuerden a Lucas que nunca perdió la esperanza por volver a ver a su familia, aunque eso haya significado su propia muerte.
Aquí les adjunto una bella historia, qué sé que enternecerá sus corazones, como lo hizo con el mío.
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