23 dic 2011

Francisco

Es curioso como en un abrir y cerrar de ojo te das cuenta que aún puedes soñar.Y que extraño resulta que sin salirte de la realidad ya empieces a alucinar. Sin embargo, que extraordinario es conocer a alguien, que sin saber su vida ya te cambia la tuya.

El encanto innato que poseen algunos seres es curioso, extraño y extraordinario, pues sin perder su toque de real, enternecen el alma de quién los descubre y envuelven toda una gama de percepciones, conduciéndolas hacia un pasadizo enigmático; por el cual, todos en algún momento de nuestras vidas quisieramos ir.

Hace poco tuve el agrado de encontrarme casualmente con un ente, pues su visión de la vida al ser ficción me recordó lo desquiciada que suele ser la mía. Hablar con Franciso era tener un déjà vu, una experiencia poco casual pero que de alguna u otra forma me resultaba familiar, - suelo aprender de todos - me decía él, como si nuestra plática fuera una clase dictada; y por ende, muy pronto concluida.

Mirarlo a los ojos y perderme en su ser me fascinaba, embrutecía mis sentidos y pronunciaba mis más recónditas pasiones, no dudé en enaltecerlo; aunque debo admitir que no suelo admirar a muchos. Su hablar despacio con su melodiosa voz; que sin perder su acento varonil era poesía para mis oídos, me llevaban a inmiscuirme en un discurso ilustrado o a proyectarme en una conferencia subliminal. Articulaba toda palabra adecuadamente y yo por escasos momentos me dejaba envolver por la fineza de su timbre, olvidándome de su dirección al hablar.





Cuando de pronto, él me tomó de la mano, se disculpó un segundo y se fue por dos cafes....

Usualmente hubiera corrido al espejo, aprovechando el tiempo de su distracción y retocarme una y otra vez más. No obstante, ni la prisa, ni el miedo por unos poros abiertos, me hizo alejar mi vista de su garbo, tan elegante, tan él, tan FRANCISCO.

Dos cafés fue lo que trajo, dos sorbos le dimos.
Y con un beso lo concluimos.

Después de la plática, dónde reconocí mi alma en un pedazo de ser, decir 'adios' fue lo más preciso que ambos pudimos resolver. El beso selló nuestra amistad, pero las miradas afirmaron lo que ya escrito estaba.

Una oportunidad ganada y una locura encontrada...
él no era para mí, y yo menos de él.


Francisco se fué y con él su fino timbre y desquiciada mentalidad.







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